jueves, 7 de abril de 2011

La muerte de la mañana

    Me doy cuenta de que es una mañana por sus manos amarillas, que me tapan la cara con una firmeza sobrenatural. Me enjuago en la pileta del baño y así sus manos amarillas ceden. Ella, toda, empieza a ceder, resbalando sobre mi espalda hasta quedar sentada sobre el inodoro, con la cabeza hacia un costado, despeinada y despatarrada, mirándome sin entender. Yo no estoy en condiciones de explicarle nada, sólo atino a lavarme los dientes. Empiezo a recuperar mi imagen en el espejo, babeando espuma; el chorro de la canilla, tibio, va cayendo suave y es música -pienso en cerrarlo, pero no lo hago-. Ella salta encima mío y yo la recibo, soltando el cepillo de dientes dentro del lavatorio. Los dos estamos desnudos. Con ella encima, entro en la ducha. El agua sale hirviendo. Ella se pone a llorar y a gritar como si el agua caliente le hiciera daño -parece que le entró jabón en los ojos-. Sus manos empiezan a ceder y ella termina cayendo contra la bañadera, dándose un golpe en la nuca, haciendo un ruido seco. Queda inconsciente. Yo, cierro la ducha, agarro la toalla, me seco y salgo del baño. Pongo cara de acá no pasó nada, pero me duele. Es mi primer asesinato del día.

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