sábado, 30 de abril de 2011

Pepperland

El sol se filtra por las persianas.
Comemos galletitas.
Ella toma la chocolatada que le preparé.
Los malitos azules le tiran bombas a la gente feliz y la dejan dura.
Nos tapamos hasta el cuello, uno al lado del otro.
Vemos Goofy y los Tele Tubbies.
La cama se llena de migas.
El Sargento Pepper sale en busca de ayuda.
Levanto las persianas.
El sol inunda toda la casa.
Hace frío, aunque están prendidas todas las estufas.
Limpio las migas con un trapito húmedo.
El hombre aspiradora se come un árbol.
Todavía estoy en pantuflas.
We all live in the yellow submarine.
Comemos carne con puré y ensalada de frutas con crema.
Tomamos Coca-Cola.
Abril es John Lennon y yo soy Paul (pobre de mí).
Ella se esconde dentro de mi suéter de los malitos azules.
Nos pasamos agua en el pelo, subimos al auto y vamos a la plaza.
Nos reímos con los payasos.
Detrás de un árbol, hacemos pis en el aire.
Ella quiere un perroglobosalchicha.
John, Paul, George y Ringo se bajan del submarino y empiezan a tocar.
En el camino de vuelta a casa, ella se duerme.
Cuando abre los ojos, mamá ya está de vuelta.
En Pepperland, todos felices.

jueves, 28 de abril de 2011

La Soledad del Caracol

Camino por el living
y atravieso mi cuarto
hasta llegar al de los chicos.

El cuarto vacío
es inquietante.
Su ausencia
está por todas partes.

En los juguetes,
en las frazadas,
en las paredes,
en el piso.

Salgo al patio.
Voy hasta la cocina
y me hago unos mates.

Los mates sin Anita
también son inquietantes.

Sala de espera

Los satánicos esperan la llegada del anticristo.
Los católicos, el perdón.
Los vagabundos, el verano.
Los ricos, las vacaciones.
Los melódicos, el último de Dyango.
Los rockeros, sexo y drogas.
Las abuelas, nietos.
Las madres, hijos.
Los pesimistas, la muerte.
Los optimistas, no esperan nada.
Los pobres, un golpe de suerte.
Los desesperados, amor.
Los campesinos, lluvia.
Los citadinos, el fin de semana.
Las palomas, palomos.
Los buitres, fortuna.
Los perros, huesos.
Los choferes de ambulancias, desgracias.
Los médicos, cheques.
Los anarquistas, que reine el caos.
Los paracaidistas, que se abra el paracaídas.
Las amas de casa, que sus hijos no crezcan.
Los enanos de jardín, la noche.
Las viudas, al sodero.
Los soldados, guerras.
Los escritores, ideas.
Los nivelungos, no tengo la menor idea.
Lo hippies, paz.
Los Hare Krishna, que les abran la puerta.
Los cordobeces, que explote Buenos Aires.
Los esquiadores, que nieve.
Las focas, pelotas.
Los jugadores de fútbol, dinero.
Los modernos, novedades.
Las cenicientas, príncipes.
Las pitonisas, señales divinas.
Los policías, pizzas.
Los brasileros, brasileras.
Las brasileras, argentinos.
Los anestesistas, que sus pacientes despierten.
Las contorsionistas, un buen masaje.
Los tragasables, que terminen los trapesistas.
Los impacientes, que llegue el momento.
Los ciclistas, botellitas de agua.
Los espiritistas, espíritus.
Los panaderos, la hora de la siesta.
Los jubilados, la pensión.
Los electrisistas, corriente.
Los atletas, medallas.
Los políticos, coimas.
Las candomberas, a Rubén Rada.
Los intelectuales, un mundo mejor.
Las putas, pijas.
Los japoneses, el próximo modelo de Nikon.
Los argentinos, al amigo que se fue al exterior.
Los pescadores, la marea.
Los surfers, olas.
Yo espero a un payaso, que se tropiece y me haga reír.

martes, 26 de abril de 2011

Rock

Podés escribir canciones.
Armar una banda.
Ensayar.
Cortarte el pelo.
Viajar a Londres.
Comprarte un Vox.
Una Rickenbaker.
Un cry baby original.
Incluso una campera de cuero.

Pero nunca vas a ser un Beatle.

Espiral

No hay
cosa
más triste
que presenciar
la muerte
de este momento,
que se acaba
continuamente.

jueves, 21 de abril de 2011

miércoles, 20 de abril de 2011

Cojer o Nada

La noche anterior
estuvimos a punto de hacerlo.
Ella dijo:
"¿Por qué no podemos estar abrazados y nada más?
¿Tiene que ser cojer o nada?"

Nos quedamos abrazados.
Zzzzzz.
Nos levantamos cojiendo.

Hubo quejas.
Demasiado rápido, demasiado fuerte.
Es cierto.
Un animal con los huevos llenos de leche
no tiene consideración.

Lo único que tenemos es la verdad.
Vos la tuya y yo la mía.

Paloma

La paloma
va y viene
de acá para allá.

Elige
una cornisa,
después otra
y otra más.

Quizás
esté jugando.
Quizás
esté cuidando
su nido.

Lo que no puede hacer
es quedarse quieta.

Y nosotros, tampoco.

martes, 19 de abril de 2011

Campera

Una campera
es una prenda
que te protege del frío.
te abriga.
te aleja del verano
de tu tierra.
te hace olvidar.
te confunde.
te pisotea el alma.
te empuja hacia una existencia fría.
te condena a un exilio
prefabricado.
te despista.
te borra.
ojo.
Una campera
puede ser un objeto
muy peligroso.

lunes, 18 de abril de 2011

Cuarenta Corazones Enlatados

No nos hablamos,
no nos tocamos,
apenas nos miramos
y estamos solos.
Cumplimos
una rutina,
exactamente la misma
para todos
y estamos solos.
Una escalera
de cuatro generaciones
de gafas
y peinados
y abrigos
y estamos solos.
Somos
pausas
y un acordeón
mudo
y unos ojos
vidriosos
y estamos solos.
Somos
cuarenta corazones enlatados
y estamos solos.
Acá abajo,
en el infierno de la rutina
estamos solos.

No debería

No debería pedir perdón
por derramarte de incertidumbres
por ahuecar tu pureza con tristezas
No debería ensuciarte
con astucias quietas
ni matar tu inmensidad
con lamentos lentos
pero aquí estoy
la sombra de la llama de un sueño
petrificado e infecto
No debería mirarte
con los ojos enfermos
ni debería tocarte
con las manos del miedo
No, me resisto, al silencio
desdichado mequetrefe del empeño
No debería rimarte
sin un claro parlamento
No debería buscar tus brillos
ni tus milagros, ni tus secretos
No debería esconder
mis monstruos en tus dos pechos
blancas vasijas del niño
firmes montañas del tiempo
No debería morir
sobre la faz del destierro
ni debería existir
detrás del ojo del ciego
No debería exaltar
la tortura de olvidar
cada paso y cada reto
No debería seguir
pero aquí estoy
una pálida llanura de martirios
la segunda llave del cerco
una ruta con las curvas hacia adentro
el reflejo del reflejo de un reflejo
No debería llorar
plegarias hacen los necios
ni debería enterrarme
en el final de estos versos.

domingo, 17 de abril de 2011

¿Quién sos?, me preguntaron.

Un pedo de Nietzsche.
Un gusano en el cadáver de Sartre.
El cobre que corre por las venas de un sedado.
Una flor en la solapa de un traje de payaso.
Un gallo de Bukowski,
de Ginsberg,
de Dylan.
La ceguera de Borges.
Una cáscara de Banana Yoshimoto.
Un balbuceo en la siesta de Sábato.
El peor garco de Kafka.
Los callos de Kerouac.
La calvicie de Picasso.
Una cana en el peine de Bradbury.
Un grano de pus en la cara de Rimbaud.
El lunar en el culo del amante de Wilde.
Una puntada en el hígado de Hemingway.
Una laguna en la mente de Cortázar.
Una lagaña en el ojo de Rilke.
El mal aliento de Burroughs.
Una arcada de Castaneda.
Un leve mareo de Huxley.
Simplemente soy yo,
les contesté.

jueves, 14 de abril de 2011

Ana

Ella es Azul
y muy peligrosa.
(me lo dijo un vidente)

Ella es la tierra y el viento,
dueña de mis ánimos,
patrona de mis risas.

Ella es de piedra y papel.
(yo soy tijera)
Vive donde yo vivo
y muere muy lejos de donde yo muero.

Es la distancia y el placer,
la pasión y el hastío,
el segundo más valioso de cada minuto.

Es la belleza,
madre de la perfección,
hija de la humildad.

Es el silencio
y cada una de mis palabras,
mi vida.

jueves, 7 de abril de 2011

La muerte de la mañana

    Me doy cuenta de que es una mañana por sus manos amarillas, que me tapan la cara con una firmeza sobrenatural. Me enjuago en la pileta del baño y así sus manos amarillas ceden. Ella, toda, empieza a ceder, resbalando sobre mi espalda hasta quedar sentada sobre el inodoro, con la cabeza hacia un costado, despeinada y despatarrada, mirándome sin entender. Yo no estoy en condiciones de explicarle nada, sólo atino a lavarme los dientes. Empiezo a recuperar mi imagen en el espejo, babeando espuma; el chorro de la canilla, tibio, va cayendo suave y es música -pienso en cerrarlo, pero no lo hago-. Ella salta encima mío y yo la recibo, soltando el cepillo de dientes dentro del lavatorio. Los dos estamos desnudos. Con ella encima, entro en la ducha. El agua sale hirviendo. Ella se pone a llorar y a gritar como si el agua caliente le hiciera daño -parece que le entró jabón en los ojos-. Sus manos empiezan a ceder y ella termina cayendo contra la bañadera, dándose un golpe en la nuca, haciendo un ruido seco. Queda inconsciente. Yo, cierro la ducha, agarro la toalla, me seco y salgo del baño. Pongo cara de acá no pasó nada, pero me duele. Es mi primer asesinato del día.

miércoles, 6 de abril de 2011

El sueño del ermitaño

    Sentado solo, durante todo el día, en la cima de la montaña, (más bien en el centro de la montaña) el anciano, sabio y extremadamente viejo, se corta las uñas de los pies con las manos. Su soledad es su mayor tesoro.
    Sentado al borde del aljibe, mientras arma un cigarrillo, piensa. Piensa todo el tiempo. Puede sentir en el aire lo que está pasando. Se duerme sobre una roca.
    Ella, blanca, angelical, misteriosa, flota hacia él, deslizándose a toda velocidad por encima de un mar adormecido. Se acerca, con su blusa blanca, al viento, sosteniendo en sus manos un rosario de madera; su mirada lleva impregnado el trance místico de la fe.
    Él abre sus ojos y ella sigue ahí. Completamente seca, no dice nada, estira una de sus manos y acaricia al viejo en la mejilla, pero sus manos siguen atadas al rosario.
    El anciano se tapa mucho, cubre todo su cuerpo con innumerables trapos y mantas. Una pila de soledad y miedo. Apenas respira, pero es feliz.

dónde vas?

    Negro. Perro. Gris. Cansancio. Dolor. Allá, la luz. ¿Estoy solo?, me pregunto. No, no estás solo, me contesto. Sos un loco. Ella está ahí, la podés ver… Si quisieras tocarla, solo tendrías que estirar unos centímetros la mano. La tocás y no la tocás, la toco y no la toco. Es alucinaciones, friolera. Hay que moverse, me digo. Cansancio. Dolor. ¡Por dios! Cómo te perdés, te agotás, perro. Serás patán. Vaciar la casa, sacar las cosas, nuestras propias cosas a la calle, envueltas en otras cosas, aterrorizadas, espantadas de tanta cosa. En el mapa parece cerca, pero, ¿Adónde queda?, ¿La ves? Sí, la ves, La tenés ahí, la ves. Espalda. Cintura. Pecho. Está ahí. Otro colegio, un colegio completamente distinto, donde estudiar y crecer, ¿por qué no?, pero, ¿dónde? Trueno. Hay un fantasma y son tres mil millones de fantasmas, jirones, flotando sobre la ciudad, mientras la gente en los bares apura tragos y besos. Calor. Frío y calor. Agujas. Espinas. Muerte. Sos absolutamente consciente, lo sos, pero pedís cinco minutitos más. Dormilón. Te quedás envuelto en una capa protectora. No te tirás en la tierra. No corrés por el bosque. No. Vamos. Es otra casa, pero es tu casa, ¡por favor!, es la misma vida, pero es otra. Tontería. Perdés. Abro la heladera y veo que no hay nada, no queda nada. La cierro, la abro y está llena de alfajores. ¿Qué estoy ciego?, ¿Estoy loco? Me como un alfajor cualquiera. Ella me lo pide, claramente. ¿Vamos?, yo voy. Voy a ir siempre. Entrar ahí y ver un muro nuevo. Ver casa. Ver barrio. Soy bandera gris, en harapos, continente de una baldosa. Silencio.

El puerto de la nostalgia

   Las ancianas van de a veinte, cuchicheando, casi sin mover los labios, ignorando el dolor que producen sus inmensas várices, cargando con su nostalgia, que se bambolea dentro de unos baldes metálicos. Los hombres, cobrizos, con las manos agrietadas de tanta realidad, se entregan al trabajo. Olor a mar. Pescados. Leche. Uno de los baldes salpica. Todas ríen, pero rápidamente se callan. Continúan en silencio, su marcha de mortajas negras, al sol, arriba y abajo, arriba y abajo, van, intentando arrastrar el peso de sus años. Se apaga un cigarrillo. Se escucha un alarido, después una canción. Todo se detiene y todos oyen, la nostalgia. El llanto de una muerte, de muchas. La lágrima contenida que no puede salir del ojo, el sollozo infantil de la vejez, las manos en los bolsillos, horizontes. Una sonrisa, sólo una brillante y hermosa sonrisa, sostenida, con el viento y el mar, viva. Unos labios temblorosos que besan en el recuerdo. Un sombrero que se ajusta sobre una cabeza blanca. Silencio y vuelta al trabajo.

domingo, 3 de abril de 2011

Pareja

Una dulce mujer
negra
le hace caritas a su bebé
de pocos meses;
lo lleva en una mochila,
sobre su torso
y está sentada en el segundo asiento
de una sección de cuatro,
en el metro de Madrid.
Pero su bebé,
de pocos meses,
no la mira.
Él se empeña en hacerle caritas
a un viejo albañil gitano
que va sentado
a su lado
mirando una revista.
Y el gitano
lo mira de a ratitos,
sonríe
y se le marcan las arrugas
tirantes
alrededor de los ojos.
Son, sin duda,
la pareja más maravillosa
que he visto
en el metro.

Moleskine

Moleskine es una libreta
sin renglones
y en ella las palabras flotan
como en la poesía.

La tentación

Esa mujer
del otro lado
me gusta.

Quiero abrazarla
y enamorarme
o jugar a enamorarme.

Necesito
un poco de desequilibrio
en esta vida previsible.

Quiero sus labios
y saltar hacia el error.
Arriesgar las pelotas.

Abrir las puertas
de todas las ventanas
y dejar que se metan los gatos.

Quiero ser yo
sin lastimar
a nadie.

Mierda, eso es imposible.

La promotora y el clown

La ví varias veces
repartiendo volantes
en la esquina de Sarmiento y Florida.

No sé por qué me llamó la atención.
Casi nunca agarro los volantes.
Quizás haya sido el misterio
que hay detrás de todo disfraz.

Ella era simplemente una promotora.
Con esa belleza
hasta ahí
que tienen todas las promotoras.

Era pelirroja, me acuerdo.
Pero eso no es importante.

La cuestión
es que ella estaba ahí
parada
y yo la veía todos los días
sin saber quién era.

Y no lo supe
hasta que apareció el clown.

Estaban ahí mismo
en Sarmiento y Florida
besándose como locos.
Se veían entremezcladas la melena rasta
y la larga cabellera pelirroja.
Los jeans acampanados
y el vestido verde fosforescente
con el logo de no sé qué multinacional.

Pasaban grandes caudales de gente.
Nadie recibía su folleto.

Sonreí.
Esa fue la última vez que la vi.
Nuestro clown demostró
que esa belleza
hasta ahí
que tienen todas las promotoras,
que visten trajes verdes fosforescentes,
no es exclusividad del anunciante.

Gracias, clown.

Escrito con una birome comprada en el subte

Los libros
son una buena salida
para los que no quieren mirar a nadie
en el subte.

Yo no levanto la vista
ni siquiera cuando me apoyan una estampita.

Sería bueno poder olvidarse
del subte.
Pero está ahí
todos los días,
haciendo las mismas paradas,
abriendo y cerrando las mismas puertas.

Puta, esta birome es una mierda.

El vagón de los escritores

Hoy,
subí al metro
y los ví.
Sí,
no me equivocaba.
Todos ellos,
eran escritores:
el pibe
rapado,
de la gabardina negra
y el libro de bolsillo
con la yema de los dedos
gastados
y los dientes podridos;
el hombre
de traje gris
y manos gigantes;
el viejo chino,
de pensamientos
en forma de nube;
la mujer
borracha y demasiado vieja,
de pelo rojo,
tirante y grasiento;
la chica guapa,
educada,
burguesa
y culta
pero triste;
la vieja
copista francesa,
color caramelo;
el hombre
de las gafas
multiplicadas
en lupas;
el viejo
del traje viejo;
Todos ellos,
eran escritores.
Todos
tenían algo
para decir.

El síndrome Bruno Martelli

Un tipo sentado frente a la compu
con las bolas transpiradas,
lleno de teorías
plagado de imágenes,
dudas. 

Un tipo sentado frente a la compu
poseído por los espíritus de la creación,
invadido por la euforia,
bendecido por la inspiración,
corrige.

Un tipo sentado frente a la compu
con el ceño fruncido,
los ojos en equis,
las manos blandas,
sueña.

Un tipo sentado frente a la compu
con la pasión de un prócer,
envuelto en llamas,
salvaje,
escribe LA historia.

Un tipo sentado frente a la compu
no vale para una mierda.

El loco

El loco
conoce el resultado
de todos los partidos.

Mira cómo la gente
estaciona sus autos
y pide monedas.

El loco
fuma un cigarrillo
detrás de otro.

Cruza la calle
después de haber
cruzado la calle.

Se para y se sienta.
Aparece y desaparece.

Nuestros infiernos son bien distintos.

Él, me ve cuando mira para arriba.
Yo, cuando miro para abajo.

El estafador


Muy alto
y muy firme,
peinado tipo Kraftwerk,
de pie,
en la tercera puerta,
del tercer vagón,
con una sospechosa campera de lluvia
en colores pasteles,
mocasines marrones,
bufanda beige,
y el ceño levemente fruncido,
sujeta prolijamente
un libro,
con su señalador
y todo,
que parece
estar leyendo,
pero
que en realidad
no lee.

Dos libros


Tengo en la mochila
Poemas de Bukowski
y Viaje hacia el Fin de la Noche
de Cèline.

Los poemas
ya los leí mil veces.

Cèline es algo nuevo para mí.
Nació en 1894 y murió en 1961.
En realidad yo soy algo nuevo para Cèline.
Cuando él murió, yo ni siquiera existía.

Ahora lo tengo en la mochila,
al lado del tipo que me lo recomendó.

Si Charles pudiese ver el interior de mi mochila
seguramente diría:
Chico, no lo conseguirás nunca.