miércoles, 6 de abril de 2011

El puerto de la nostalgia

   Las ancianas van de a veinte, cuchicheando, casi sin mover los labios, ignorando el dolor que producen sus inmensas várices, cargando con su nostalgia, que se bambolea dentro de unos baldes metálicos. Los hombres, cobrizos, con las manos agrietadas de tanta realidad, se entregan al trabajo. Olor a mar. Pescados. Leche. Uno de los baldes salpica. Todas ríen, pero rápidamente se callan. Continúan en silencio, su marcha de mortajas negras, al sol, arriba y abajo, arriba y abajo, van, intentando arrastrar el peso de sus años. Se apaga un cigarrillo. Se escucha un alarido, después una canción. Todo se detiene y todos oyen, la nostalgia. El llanto de una muerte, de muchas. La lágrima contenida que no puede salir del ojo, el sollozo infantil de la vejez, las manos en los bolsillos, horizontes. Una sonrisa, sólo una brillante y hermosa sonrisa, sostenida, con el viento y el mar, viva. Unos labios temblorosos que besan en el recuerdo. Un sombrero que se ajusta sobre una cabeza blanca. Silencio y vuelta al trabajo.

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